Había todo tipo de historias que se contaban a los niños; algunas heredadas por narnianos, algunas traídas por los telmarinos desde su antiguo país, pero había otro tipo de historias que no se contaban a los niños. Historias que solo se contaban entre los soldados, en voz baja y temblando a mitad de la noche cuando hacían guardia a orillas del bosque del Erial del Farol...
—¿Qué fue ese ruido? — preguntó un joven soldado a otro de más edad.
—Solo ha sido el viento —dijo este otro, sintiéndose más valiente, pero aun así mirando alrededor para asegurarse de creer sus palabras.
Hacía mucho tiempo atrás, se había construido una torre de vigilancia, perfectamente iluminada por antorchas a cada hora de la noche. Nunca se acababa la leña porque la zona tenía más árboles que caminos. Era un bosque muy antigüo y antes había sido habitado por todo tipo de criaturas. Por suerte se habían extinguido en lastimosas batallas que cobraron las vidas de nuestros hermanos telmarinos, pero a pesar de los esfuerzos de nuestros ancestros, había una que otra criatura que aun deambulaba por aquellos arboles tan enramados y viejos.
En un principio cien hombres permanecían en aquella torre, pero ahora que los Telmarinos gobernábamos toda Narnia no era necesario mas que disponer de cuatro buenos soldados, solo como medio de contención, en caso de que algún animal salvaje amenazara al pueblo más cercano, o talvez un...
—¿No será uno de esos monstruos? ¿Lo escuchaste? Ahí está de nuevo —dijo el primer soldado, tomando su lanza afilada, sabiendo que teniéndola consigo nada podría sucederle.
—Es solo el viento, muchacho tonto. ¿Te crees esos cuentos de viejas nonas? —con fastidio se incorporó de aquel sitio donde había permanecido, más que haciendo guardia, durmiendo, y pensó en que los soldados jóvenes se asustaban con todo. ¿Por qué un viejo a punto de retirarse del servicio tenía que soportar todo aquello? Pero entonces lo escuchó: un lastimero lamento que hizo que se helara la sangre de esas viejas venas suyas.
Los soldados se miraron entre si y el mayor se acercó hacia donde estaban los bosques con paso prevenido. Un pie tras otro para no confundirse. Nunca en sus treinta y ocho años de servicio había pasado por algo como eso. Sí, se había enfrentado a osos y leones salvajes, pero fuera de eso no sucedía nada extraño.
Un tercer lamento terminó de confirmar lo que temía el viejo y rompió la noche con la intensidad con la que lo haría un trueno. El lamento era tan agudo que sus oídos no pudieron soportarlo y en un intento por evitarlo, ambos soldados se taparon las orejas con las manos, viéndose obligados a soltar sus lanzas.
Sintieron la tierra temblar bajo las botas, y de improviso, todas las antorchas se apagaron de una sola vez.
El soldado de menor edad no lo soportó más y corrió a avisar a los que estaban adentro, gritando ¡ayuda!. El viejo no movió ni una sola parte de su cuerpo, y no porque quisiera demostrar que era más valiente que su joven compañero; No lo hizo porque no pudo. Lo que sus ojos veían le había dejado las piernas completamente paralizadas.
Frente a él estaba de pie una Dama, de piel tan clara como la luna, y cabellos enredados y oscuros como el bosque detrás de ella.
Inmóvil como un grácil ciervo, lo miro fijamente con sus ojos vidriosos y el viejo soldado sintió su aliento frio acariciando su rostro. No era una Dama cualquiera, pues sus ropas regias la hacían parecer que flotaba, y además, las damas no estarían ahí solas a la mitad de la noche.
La figura extendió su mano hacia el soldado, como lo haría una reina esperando a que uno se la bese. El viejo soldado, extasiado de su aparición, no dudó ni un segundo en presentar sus respetos hacia esa mujer. «Tal es una reina de Archenland o una señora de Galma. Talvez necesita mi ayuda y por eso llora ».
Él, que no era más que un guardia, se arrodilló ante aquella mujer. Cada vez le parecía más hermosa; Cada vez le parecía más joven.
El soldado acercó sus labios a la blanca mano de la mujer, tan pequeña en comparación a las suyas y más refinada que cualquier doncella de Telmar.
¡Qué honor estar frente a aquella Dama! ¡Qué honor poder besar su mano!. Sin embargo, al hacerlo la mujer abrió la boca solo para volver a gritar y esta vez supo lo que decía, pues la tenía tan cerca de sí, que podía oler la podredumbre.
—¡Largooooooooooooo! — gritó tan agudo que el hombre quedó sordo, pero no solo eso. Sintió como los labios que habían tocado aquella mano, comenzaban a paralizarse y luego así su nariz, garganta y el resto de su cuerpo.
Se miró los dedos, que comenzaban a moverse involuntariamente de formas que no sabía que podían hacerlo. pero solo para quedar distorsionados y completamente inmóviles. Finalmente el efecto ocurrió con el resto de su cuerpo.
Para cuando el otro soldado que lo acompañaba había bajado con los otros dos guardias de la torre ya era demasiado tarde.
El cuerpo del viejo yacía inmóvil y petrificado frente al bosque. Ésta había sido su última guardia.
Los soldados se acercaron a su alrededor, con cautela y mirando en todas direcciones, pero no había nada.
Intentaron recostar a su compañero en la tierra para darle dignidad a su partida, pero al hacerlo vieron como su cuerpo se desintegraba al tacto para convertirse en cenizas negras que se esparcían en todas direcciones con el viento.
—Se lo dije al viejo Maupa. Le dije que era uno de esos monstruos —dijo el soldado joven, temblando de pies a cabeza—, pero no hacía más que decir que era solo el viento.
—No. Eso no lo hizo un monstruo, niño —dijo con voz uno sus compañeros que venían del interior de la torre, con él—. ¿Nadie te lo ha contado jamás?
—¿Qué cosa? —preguntó el joven soldado con un vuelco en el pecho. —Fue la Dama del Erial del Farol.
El soldado, perplejo y con una mirada despavorida, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar aquel nombre.
—Este bosque es muy antigüo; más viejo que Telmar. Cuando todavía era reino de las bestias y los reyes blancos, este bosque le perteneció a una reina joven. Se dice que perdió a su prometido días antes de la boda. Los leñadores dicen que se aparece una vez por mes, está buscándolo. Debes tener cuidado si se aparece frente a ti porque al verle a los ojos caerás en su embrujo, y si la Dama se da cuenta de que no eres su prometido y que profanas su tierra, te convierte en polvo como venganza de su destrozado corazón... y ni siquiera tu alma pondrá encontrar el descanso... o eso dicen. El viejo Maupa lo sabía, ¡pero era tan incrédulo!.