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Dacia observaba con profunda tristeza a su abuela postrada en la cama de madera. El doctor se había marchado hacía solo media hora y la chica, aterrada y desesperada, cayó de rodillas junto a la cama.

Semanas. Su abuela tenía solo semanas de vida. Una misteriosa enfermedad que la consumía desde adentro la había dejado postrada, con las mejillas hundidas, el pelo canoso quebradizo y los ojos claros bañados en sangre.

Dacia miró a su abuela. La única familia que le quedaba. Lo más importante en su vida. Tenía que hacer algo por ella. Tenía que salvarla, incluso si le costaba su propia vida.

La luz de la mañana entraba por la ventana de la habitación de su abuela, iluminando los muebles viejos, la alfombra sucia y el rostro enfermizo de la anciana. La habitación era la más grande de la granja y la única que daba a las inmensas montañas que funcionaban como fronteras naturales entre el reino de Archenland y Narnia.

Las horas pasaron hasta que la joven se levantó de su lugar arrodillada junto a la cama y con un gesto furioso se limpió las lágrimas que bañaban sus mejillas.

Tenía que buscar una solución. No dejaría morir a su abuela. No así. Mientras observaba a su abuela, Dacia recordó las historias que la mujer le había contado sobre la magia, y criaturas míticas y sobrenaturales que vivían al otro lado de las montañas, en Narnia, el país en donde la magia era común.

Así, la joven recordó algo, una historia que su abuela le narraba cuando era niña. Una historia aterradora pero que podría salvar a la persona que más amaba en el mundo.

Al otro lado de las montañas en el gran bosque de Narnia, muy lejos de Cair Paravel, en medio de la nada, vivía una misteriosa bruja. La llamaban la Bruja Joven y se decía que era inmortal. Las historias contaban que existía desde siempre, viviendo oculta en los bosques de Narnia, rodeada de criaturas que la veneraban e incluso le temían. Se decía que la Bruja Joven era tan poderosa que ni la Bruja Blanca se había atrevido a meterse en su camino.

Dacia tomó una decisión; una decisión que cambiaría su vida para siempre. Bus- caría a la Bruja Joven y le imploraría ayuda para salvar a su abuela.

Durante los dos días siguientes, Dacia vendió las pocas joyas que tenían para comprar provisiones para el viaje, ropa de abrigo y el caballo más veloz que pudo hallar. El resto se lo dio a la enfermera que contrató para que cuidara a su abuela durante su ausencia, prometiéndole que le daría más a su regreso. A último momento la joven se despidió de los pocos amigos que tenía y de su enamorado con quién había soñado casarse en un futuro.

Así, la joven Dacia partió de su aldea ubicada al pie de las montañas fronterizas y emprendió el camino hacía el bosque en donde vivía la bruja que salvaría a su amada abuela.

El viaje duró días, el caballo era tan veloz como le había dicho su anterior dueño. La joven pronto cruzó las montañas que separaban los reinos de Archenland y Narnia.

Cuando Dacia entró en Narnia, sintió como el ambiente caminaba de repente. El aire se sentía diferente, de una manera inexplicable, e incluso el cielo parecía diferente, las estrellas eran más luminosas y el sol más brillante.

El bosque narniano era completamente distinto al bosque que rodeaba su pequeña aldea. Los árboles eran más grandes, voluminosos; las flores eran más extravagantes y de colores bellísimos; lo único extraño es que mientras Dacia y su caballo se adentraban en el bosque, ningún animal se cruzó en su camino.

Cuando la segunda noche que pasaba en Narnia cayó lentamente, Dacia decidió que era hora de descansar y desmontó de su caballo al lado de un arrollo, sacan- do sus alforjas y preparando su campamento.

Rápidamente el sueño la reclamó y la joven durmió junto a la pequeña hoguera que había prendido; pero lo que no sabía era que desde el momento en que había entrado en Narnia, unos ojos la miraban desde las sombras. Esos ojos eran negros y brillaban de codicia mientras observaban fijamente a la joven durmiendo.

A la mañana siguiente, Dacia despertó muy temprano en la mañana y continúo su viaje. El hogar de la bruja estaba cerca y con cada paso que daba podía sentir como sus esperanzas se renovaban.

Al cuarto día de emprender su viaje, Dacia encontró al primer habitante narniano. Mientras llenaba su cantimplora en el arrollo, la joven se encontró con un animal, un coyote, que la observaba del otro lado de la orilla. Su primer pensamiento fue de miedo pero rápidamente la curiosidad ganó.

—¡Hola! —Exclamó Dacia incorporándose y agitando una mano en dirección del coyote—. ¿Eres un animal parlante?

El animal continuó mirándola un rato largo hasta que se marchó velozmente. Dacia bajó la mano y pensó tristemente que quizá era un animal común y corriente. Pero al día siguiente mientras caminaba junto a su caballo, la joven se encontró nuevamente con el coyote, esta vez cara a cara.

Humana y animal se observaron atentamente unos minutos; A su alrededor los pájaros cantaban y las ramas de los imponentes árboles se agitaban al son del viento.

—No deberías estar aquí, pequeña humana.

Dacia jamás sintió tanta emoción y terror al mismo tiempo. «¡Habló! ¡El coyote habló!»

—Da media vuelta y vuelve por dónde viniste, pequeña humana, este no es lugar para gente como tú.

La joven miró enojada al animal, criatura fantástica o no, ella no abandonaría su búsqueda por nadie.

—Debo encontrar una cura para mi abuela que está muriendo y me han dicho que la bruja que habita en este bosque puede ayudarla.

El coyote gruñó y Dacia retrocedió un paso, asustada.

—¡Vete de aquí, humana, antes de que sea tarde!

En ese momento, un estruendoso trueno rompió el silencio del bosque y unas gruesas gotas comenzaron a caer del cielo negro. La joven miró preocupada hacia arriba; debía encontrar rápidamente un refugio. Una idea se formó en su mente: Tal vez el coyote podría ofrecerle refugio hasta que pasara el aguacero, pero una mirada a su alrededor le confirmó que el coyote había desaparecido.

La lluvia comenzaba a volverse cada vez más espesa y más fuerte mientras la joven y el caballo buscaban un refugio. Las historias decían que las lluvias en Narnia eran muy fuertes y Dacia temía lo que pudiera pasarles si no encontraban refugio rápidamente. Con una mano tapando sus ojos para impedir que la lluvia le obstruyera la vista, la joven se detuvo sorprendida.

Frente a ella había una cabaña. Humo salía de la chimenea, había una cálida luz en las ventanas y un delicioso aroma a pan recién horneado llegaba hasta donde estaba Dacia, ya de pie ante la puerta.

Con la lluvia volviéndose cada vez más fuerte y espesa, la joven no tuvo otra opción mas que pedir refugio en la cabaña. Con solo un breve momento de duda, la joven reunió valor y llamó a la puerta.

Unos segundos después, la puerta se abrió lentamente y la mujer más hermosa que Dacia hubiera visto en toda su corta vida la observó desde el marco de la puerta.

—¿Qué quieres, niña?

Incluso la voz de la mujer era hermosa, tan melódica y suave. Los ojos de un asombroso verde esmeralda recorrieron la delgada figura de la joven, con el simple vestido de la lana pegado al cuerpo, las botas embarradas, el cabello castaño empapado y un charco grande sobre el que estaba parada.

—Necesito su ayuda, señora, la tormenta me sorprendió y no tengo refugio para mi caballo ni para mí.

La hermosa mujer observó a la joven unos minutos con una mirada indescifrable, con unos bellos ojos tan fríos y vacíos que la joven dudo de su plan por unos segundos, pero antes de que Dacia pudiera dar marcha atrás, la mujer abrió de par en par su puerta y le hizo un gesto para que entrara.

—Deja al caballo en el establo y entra rápidamente antes de que te enfermes, niña tonta.

Dacia hizo rápidamente lo que la mujer le ordenó, y luego de dejar al caballo a salvo en el pequeño establo, la joven entró sin demora a la acogedora cabaña. El lugar no era grande pero si estaba bellamente decorado, con paredes de madera, bellas cortinas, muebles bien lustrados y de la madera más elegante. El salón era simple con un par de sillones, unas estanterías repletas de libros antiguos y una enorme chimenea.

Dacia cerró la puerta de la cabaña ahogando el sonido de la tormenta y con la mirada fija de la hermosa mujer en ella, caminó rápidamente hacía la chimenea y se sentó cerca intentando entrar en calor.

Los minutos pasaron y el silencio reinaba en el salón de la cabaña, la mujer le había ofrecido chocolate caliente y luego se había sentado en uno de los sillones con un libro en sus manos mientras la joven permanecía sentada en el suelo frente a la chimenea con sus heladas manos envueltas en la deliciosa taza de chocolate caliente.

—¿A qué has venido a Narnia, niña?

La voz de la mujer rompió el silencio y un extraño escalofrío la recorrió. Dacia giró su cabeza y su mirada se detuvo en los ojos verdes de la bella dama.

—Mi abuela está gravemente enferma y he venido a buscar una cura para ella —respondió Dacia. La mujer permaneció en silencio con sus blancos y largos dedos acariciando la tapa de su libro—. las historias que mi abuela me contaba decían que en este bosque vive una bruja tan poderosa, que el mismísimo Aslan evitó enfrentarla.

La mujer soltó una risa hueca y miró a la joven casi con lástima. —No creas tanto en las historias, niña, no siempre dicen la verdad.

—Pero... ¿no es usted la bruja de la historia que mi abuela me contaba?


La mujer le mostró una sonrisa tan filosa como un cuchillo y le hizo un gesto para que se acercara a ella. Dacia se levantó, dejó su taza vacía en el suelo y se sentó a su lado.

—Yo soy la Bruja de las historias que tu abuela te contaba, querida, pero soy más que eso. Mucho más que eso.

Una mano con garras sujetó a la joven de la garganta y la acercó al rostro de la mujer. Dacia observó horrorizada como el hermoso rostro de la mujer se iba transformado en algo horrible con ojos negros sin pupilas, sonrisa malvada de dientes largos y puntiagudos, y labios podridos. Dacia intentó apartarse aterrada pero el monstruo no pensaba soltarla.

—Te he estado esperando por años, querida.

Dacia golpeó con sus pequeñas manos a la mujer pero está ni se inmutó, y en su lugar dejó escapar un aterrador gruñido. Luego casi sin esfuerzo levantó a la joven del sillón y la tiró en el suelo. La chica cayó con un ruido sordo, las lágrimas escapaban de sus ojos y su cuerpo temblaba del terror. Una extraña pesadez comenzó a nublar sus sentidos, sentía el cuerpo más ligero, la respiración más acelerada y la mente nublada.

El monstruo en forma de mujer se acostó sobre Dacia, enterró la nariz en su cuello y tomó una larga respiración, luego dejó escapar un gemido de gusto.

—¡Siiii! —el sonido que salió de esos labios podridos no era humano. El monstruo tomó entre sus garras los puños de Dacia y los colocó a cada lado de su cabeza—. Te he estado esperando por años, humana, esperando por el día en que pudiera probar tu sangre y beber tu vida.

—¡NOO! ¡Suéltame! ¡Déjame ir, monstruo!


El monstruo dejó escapar una terrible carcajada y se inclinó para arrastrar su bífida lengua por el rostro bañado en lágrimas de Dacia.

—Te he estado observando desde lejos, mi Dacia, desde el momento en que tus padres te trajeron a Narnia cuando eras solo una pequeña niña y te olí esa noche en el baile de los reyes.

—¿Mis padres? —la joven no entendía nada, lo único en lo que podía pensar era en su abuela, si algo le pasaba a ella, nadie podría salvarla y moriría sola.

—Tus padres eran amigos cercanos del Lune de Archenland y viajaron con su corte a Cair Paravel para el baile que el rey Peter y sus hermanos ofrecieron para celebrar su victoria contra mi tonta madre.

Dacia lloraba sin entender nada, lo único que podía sentir era el terror que la consumía, la sensación de que algo le recorría el cuerpo, las venas, la piel.

—Cuando te vi esa noche, robando la atención de la corte en brazos de la reina Susan con ese lindo vestido floreado supe que eras la elegida.

» Cada cien años he de beber la sangre de una doncella para permanecer joven y hermosa por otros cien años. Y cuando te vi, mi dulce Dacia, supe que eras tú. Eras la elegida, la que con su sangre me daría vida, juventud y belleza. Tuve que actuar antes de que alguien pudiera notar mi presencia en Cair Paravel y entonces esa misma noche, mientras tus padres, los reyes y sus cortes bailaban en el salón del trono, entré a tu habitación y te robé de la cama. Lo único malo del hechizo es que no podía beber tu sangre aún. Eras muy pequeña, tenía que esperar a que cumplieras quince años; así que te regalé a una anciana que me había servido bien en el pasado y vivía lejos de la mirada del rey Lune.

—No —susurró Dacia. Sentía su mundo derrumbarse. No podía creer en las palabras de la bruja.

—Sí. La anciana no es tu abuela, aunque si te hace feliz, la estúpida mujer se encariñó contigo e intentó buscar la manera de protegerte, por lo que tuve que acelerar mis planes y matarla.

—No, ella no morirá.

—Ya está muerta, niña tonta, y pronto tu también lo estarás.

La joven, entre la pesadez que sentía en el cuerpo y la angustia sobre su verdadera historia, logró sentir un filo en su muñeca y una presión. El monstruo le había cortado las venas con sus filosas garras y su sangre se derramaba en un garrón. Dacia comenzó a tener un ataque de pánico, no quería morir. Su abuela, su granja, sus amigos, sus vecinos, su amor; pero nada de eso importaba, el monstruo la observó con una mirada codiciosa mientras se desangraba en el suelo.

Cuando el garrón se llenó, el monstruo lo apartó y llevo su muñeca a sus labios podridos. La joven sintió como esos dientes filosos abrían su piel y succionaba.

El dolor la había abandonado hace rato pero el frío no. Y mientras el monstruo bebía de su sangre, con esos terribles ojos verdes fijos en ella, Dacia podía sentir como la vida se escapaba de ella y recordó todo.

Vio los rostros amorosos de sus padres, la sonrisa de la reina Susan y sus suaves manos, sintió el abrazo de su abuela adoptiva, los besos de su enamorado y la alegría que sintió cuando se cruzó con el coyote parlante en el bosque.

Y mientras todos esos hermosos sentimientos desbordaban su corazón, la vida se escapó de los ojos de Dacia y su mirada vacía permaneció fija en los aterrado- res ojos del monstruo.

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