Siéntate y acomódate, toma una cobija y algo para beber, pues lo que estoy a punto de contarte te sacudirá. Busca una vela y sígueme hasta lo mas profundo de esta ciudad. Mantente a mi lado o puede que no vuelva a verte más. Entraremos al castillo y una vez allí será mejor callar.
Era la época más fría del año, invierno, cuando dos amigos emprendieron un viaje camino al norte de la hermosa tierra de Narnia.
Sus nombres eran Mary y Sam, quienes vivían en Narnia hacia años, pero debido a un fuerte invierno y la escasez de alimento decidieron que sería mejor explorar las tierras del norte en busca de comida y quizá algún tesoro para sus familias alimentar.
Sin embargo en Narnia existía la leyenda de los gigantes caza humanos, quienes atraían a los viajeros inexpertos hacia sitos recónditos de su castillo para devorarlos por completo.
Ambos muchachos escucharon las advertencias pero no podían no hacer nada. Todos morían de frío y de hambre y alguien debía ir fuera de los confines de Narnia para salvarlos.
Fue entonces cuando Mary y Sam emprendieron el viaje hacia el norte, acompañándose de su caballo, un par de mantas para el frio y las ultimas hogazas de pan que encontraron en casa.
Su madre temía por sus vidas pero sabia que debían marcharse, aunque eso significara que quizá nunca los volvería a ver.
Pasaron las horas y prontos los días, hasta que los muchachos encontraron las enormes puertas de la ciudad. Excepcionalmente no parecían estar custodiadas por nadie, pero reinaba un silencio sepulcral que hacía que los corazones les latieran con tanta intensidad que sentían que les saldrían por el pecho.
—No parece que haya nadie por aquí, ¡estamos de suerte! —exclamó Sam.
—¡Jamás te fíes del norte! —protestó Mary—, sabes que esta es tierra de gigantes estranguladores y el hecho de que no los veamos no significa que ellos no nos vean a nosotros.
—¿Pretendes que esperemos hasta mañana para entrar?
—Claro que no. No seas tonto, claro que entraremos. Pero seremos cautelosos. Primero pasaré yo y tú me seguirás.
—No suena tan difícil —sugirió Sam—. Solo debemos escabullirnos al castillo.
—¿Tienes idea de cuantos han muerto en este lugar? ¡Sabia que era una mala idea que me acompañaras! Tu madre insistió en lo mismo. ¿Qué esperabas que pasaría al venir aquí?
—Quería ser un héroe, como tú—dijo tímidamente.
—Ya, perdóname, Sam, pero no quiero que te pase nada. Este no es un lugar para niños, y el hecho de que yo haya venido a Harfang a tu edad no significa que haya salido completamente ilesa.
Caminaron pues, con sigilo hasta que se llegaron a la entrada del castillo. El lugar parecía desierto, como si nadie viviera ahí desde hacía años, pero Mary sabía bien que ellos estaban en casa.
Rodearon la fortaleza y girando de un pestillo entraron al castillo. Su aspecto era mas espeluznante de lo que recordaba la chica. Mary tomo la mano de Sam y juntos avanzaron por el tenebroso castillo en busca de la cocina, que tenia el tamaño de una catedral enorme.
—¿Qué fue eso Mary?
—Lamentos —respondió—. Lamentos de aquellos que entraron y no pudieron salir.
Siguieron su travesía en la oscuridad, únicamente iluminados por la luz de la luna que se filtraba por las ventanas, pues no podían llevar ninguna vela o antorcha que los alumbrase, pues serían presa fácil de los gigantes.
Una vez llegaron a la cocina, observaron a una inmensa mujer dormida junto a la mesa. Parecía que acababa de comer, pues tenía unas hogazas de pan en las manos y algo más entre los dedos.
—¿Crees que podamos tomar ese pan? Apenas si lo ha tocado—sugirió en muchacho.
—Podemos, pero debemos vigilar que no se despierte. Yo tomaré el pan y tu la vigilarás. Moverás la mano si llegase a despertarse y saldrás de aquí con el pan si se llega a levantar.
—¡Pero Mary!
—Silencio —protestó—. No te dejaré morir de una forma tan espantosa. Si se despierta saldrás de aquí y te olvidarás de mí. Dirás a mi madre que estoy bien pero me temo no volveré a verla. Y correrás con los reyes para contarles lo ocurrido. —Pero no puedo hacerlo sin ti.
—¡Claro que puedes! —susurró—. Eres mas fuerte y veloz que yo.
Dicho eso, Mary tomó el pan de las manos de la gigante, pero Sam estaba tan distraído que no notó que la enorme mujer empezaba a despertarse, golpeando el rostro de Mary con su otra mano.
—¿Te encuentras bien Mary?
—Eso creo, pero ¡no puede ser!
—¿Qué? —preguntó Sam.
—¡Sus manos! —exclamó horrorizada—. Sus manos tienen un par de... ¡coronas! —¿Se ha comido a alguien?
—La corona parece de Archenland, y también hay... —¿Qué cosa, Mary?
—Armadura de Tarkaan... ¡aún tiene sus ropas ensangrentadas entre las uñas! En ese momento Mary, quien tenía el rostro todo ensangrentado, corrió tomando la hogaza de pan y la mano de Sam, pero cuando se disponía a escapar, notó que la manga de la ropa de Sam se había quedado atorada.
—¡Vamos! —exclamó la joven, intentando sacar a su amigo de la trampa.
Sin embargo, Mary cometió un gran error. Al tratar de liberar a Sam hizo que se cayera de las alturas un tenedor de plata, que resonó en el suelo e hizo que la bestial mujer se despertara.
Tan pronto entendió lo que estaba sucediendo, la gigante se puso en pie, aun con la boca llena de sangre y viseras, mirando a ambos muchachos.
—¡Vete de aquí ahora Sam! —dijo Mary, mientras empujaba por una escotilla al chico, que salió disparado por una tubería fuera del castillo.
Sam consiguió salir con vida del sangriento castillo, con la hogaza de pan y el tenedor de plata que Mary había atado a sus zapatos.
Sus ultimas palabras fueron «¡Véndelo y sobrevivirás!»
El muchacho logró escapar y cuando el cansancio pudo con él, se ocultó para dormir lo que restaba de la noche. A la mañana siguiente un humilde caballero de armadura negra lo ayudó al cruzar el puente de vuelta a casa.
Fue entonces cuando Sam hizo lo que su amiga le había dicho. Entregó las palabras de despedida a la madre de Mary y llevó las malas noticias al Castillo Real de Cair Paravel.
Mary nunca salió del castillo de Harfang. Después de la conquista del Rey Peter sobre los gigantes del Norte, bestias parlantes aseguraron que escuchaban lamentos dentro del castillo, veían manchas de sangre en el piso que no se podían desvanecer y un incesante rechinar de tenedores que provenía de la cocina. Algunos afirman que Mary consiguió escapar, y vivió como una espía de Harfang en Narnia, pero nadie jamás volvió a saber de ella. Solo escuchaban sus lamentos que juraban proteger a todos los viajeros que ahí llegasen a parar.